Crónica de un día agitado, de la 9 de Julio a General Paz. Qué y cómo se festejó y se sigue festejando, más acá del Campeonato Mundial.
Una joven cruza en la 9 de Julio algunos de los 5 millones de cuerpos en la movilización popular más impactante de la historia argentina. Se acerca al fotógrafo de lavaca y le pide un favor: «Quiero una foto con mi amiga, pero está un poco lejos», y al oído explica una jugada digna de la scaloneta: «Yo le voy a dar un beso y sacame la foto». La joven camina, la encuentra, dice «es ella», la toma de los cachetes y la besa. La foto se cumple.
Y mira, feliz: «Esperé 10 años para darle este beso».
36 años para levantar una celebración como la que inunda las calles, 10 para un beso.
La calle, ni más ni menos que un 20 de diciembre, está eligiendo cómo ser feliz.
De fondo, miles de personas colman la 9 de Julio, y desde las 11 de la mañana la marea ya entendió que por acá no entra ni un triciclo. Por momentos se quedan en el Obelisco, por otros peregrinan hacia 25 de Mayo porque un tuit de la cuenta oficial de la Selección lo informa como nuevo punto de encuentro, pero de pronto la marea vuelve corriendo en dirección contraria, porque la información que circula por los celulares ya es caótica: los accesos están colapsados y el camino en anillo que iba a oficiar de alfombra roja se convirtió en un mar celeste y blanco. Por los cielos vuelan helicópteros y avionetas como intentando entender el tablero. La marea, de todos modos, no se detiene. Y Candela, Melanie y Gladis, desde Florencio Varela, lo sintetizan así: «Somos orgullo».
El grito, el desahogo, es más grande que los vaivenes logísticos que no tapan tanta felicidad. ¿Qué está mandando pallá esta marea con tanto festejo? Tefi (35) es uruguaya y filósofa: «La impotencia, la frustración, el racismo y la misoginia». Franco y Pablo (22 y 25) son de Saavedra y devuelven la provocación: «A todos los europeos que criticaban el fútbol latino». Alejandra (56) es de Pilar y pragmática: «A mi marido». Patricia (62) es de Monserrat con un toque popular: «A mis amigas gorilas que no quieren que festejen». Macu (29) es de Lomas del Mirador y un rebelde: «A mi laburo porque mi jefe no me quería dejar venir». Maxi (31) es de Caseros y tiene una espina: «A mi exseñora». Daniela y Charly (36 y 37) son de Almagro: «A los envidiosos». Diego (46) y una preocupación: «La desocupación». Nahuel y Fiama (25 años): «A la rutina». Nahuel agrega: «A mis pacientes: soy psicólogo».
Girando por el conurbano
Mientras tanto, en General Paz, el mediodía es un gran picnic. La avenida está cortada y se llenó de familias que esperan que por acá pase el micro que lleva a la Selección en andas. El horizonte para un lado y para el otro está lleno. Hay niñes con remeras y banderas, y con pancartas escritas a mano. Hay manos que chequean celulares para saber si el recorrido sigue en pie.. Hay mate, galletitas y fernet. Nadie sabe nada.
León tiene puesta la de Messi. Un pibe se escribió los lentes negros con liquid paper: “andá pa allá” en un ojo y “bobo”, en el otro. Son 12.30 y escala un grito: “Cada día te quiero más”. El micro no está ni cerca, pero pasa un auto con un cartel gigante de Messi en el techo. Hay un nene que llora porque se aburrió. Hay decenas de mamás dando teta a bebés sentadas bajo el pedazo de sombra que regalan los árboles frente al cemento. Por ahora no hay nadie vendiendo nada, lo que parece poco real pero marca el pulso de lo espontáneo. En un rato van a vender camisetas. En el kiosko más cercano hay una cuadra de gente. Todes se tratan con amabilidad. “Que lo llevan adentro como lo llevo yo”, se canta ahora.
Un poco más allá, en General Paz y Richieri, un nene espera con un álbum en la mano para mostrarle a los jugadores. Tres infancias abrazadas saltando en ronda cantan Muchachos. Un grupo de jóvenes con cerveza y fernet: «Oh oh oh, hay que alentar a la selección». La copa de los árboles son el refugio para ver pasar la copa del mundo. Gente con calor. Con hambre, con sed, con ganas de ir al baño. Todo está colapsado. No hay señal en el teléfono. Remeras celestes y blancas. Violetas. Azules. Todas tienen algo dulcemente viejo: dos estrellas bordadas en el lado izquierdo del pecho. Gente en reposera duerme en alguna sombrita escuálida. Réplicas de la copa del mundo pequeñas, de un tamaño similar a la original y también gigantes. Una remera reza una canción del Indio “cuando el fuego crezca quiero estar ahí”, y el pueblo está acá.
Cerquita está Penélope. No fue a trabajar por el feriado y le pasaron para otro día uno de los finales de la carrera de Trabajo Social. Un videito que le mandaron de los jugadores en Ezeiza emprendiendo la caravana durante la madrugada, actuó como resorte y decidió levantarse temprano, despertar a su hijo Agustin y salir de casa para cumplir el mismo deseo de cinco millones de personas que hoy se movilizaron para ver pasar el micro con los jugadores. Fueron hasta el peaje del Mercado Central, de la Autopista Richieri, esperaron tres horas bajo el sol implacable y empezaron a caminar por la autopista hasta que vieron el micro a lo lejos. Siguieron esperando y obtuvieron recompensa: “Una locura, yo le gritaba a mi hijo: mirá a Messi, que estaba ahí sentado. Una emoción gigante”. Penélope registró ese momento con su celular, donde se escuchan los cánticos que se convirtieron en clásicos y la palabra “Gracias” multiplicada decenas de veces.
“Un amor como el nuestro no puede morir jamás”, suena en el parlante y el vendedor de latas de cerveza saca a bailar a una chica sin dejar de sostener la heladerita sobre su hombro derecho. El brazo izquierdo está levantado y agarra la mano de la joven que menea las caderas, con la sonrisa pintada, sobre una avenida atestada de gente. Ambxs son sub 30, es su primera alegría mundial.
Un hombre sube a un vagón lleno del tren Sarmiento y a viva voz, enuncia: “Muy buenas tardes a todos, Campeones del Mundo”. Ovación. Desde el domingo, el clima social es de una alegría que se respira a cada paso. La multitud en las calles es la eufórica contracara de una época pandémica muy reciente que nos mantuvo encerrados, sin posibilidad alguna para el encuentro. Solo el adiós a Diego pudo quebrar la distancia y ahora, otra vez el fútbol logra lo que nada ni nadie puede.
Es tarea de sociólogos analizar causas y razones.
Mientras tanto, el pueblo festeja, en un día que tiene la particularidad de ser un 20 de diciembre, fecha imborrable en la memoria colectiva.