En Recoleta no creen que haya habido un atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Frases, lugares, contradicciones y silencios. Los enigmas alrededor de la grieta. Por Sergio Ciancaglini
Al caminar por Santa Fe para acercarse al lugar del hecho, se pasa por una gran tienda de maquillaje llamada Rouge, por Mamy Blue y Brookfield, por la iglesia San Nicolás de Bari casi tan tradicional como Plata Lappas que está enfrente, y ya doblando por Uruguay hay una iglesia competidora, Ciudad Luz, informando que “compartimos la fe cristiana”. En esa cuadra está Colombraro, casa de plásticos no tan recoleta, como tampoco lo es el inevitable súper chino, en este caso llamado Market. Hay un winter sale de ropa para la infancia, el geriátrico Santa Catalina, la casa Las Motas (making great shoes), un local autopercibido como show room, el colegio Jesús María, Carters Lovers, otra casa que anuncia que we are on sale, el Morning Glory Kindergarten, Baby Cottons y además Rapanui, una especie de iglesia de los helados y chocolates que promocionó involuntariamente Cristina Kirchner hace tiempo y que posiblemente sea de lo poco, junto con el chino, que contiene a ambas orillas de la grieta.
Uruguay y Juncal. La esquina en la que este 1º de septiembre intentaron matar a Cristina Fernández de Kirchner (parto de esa evidencia que gran parte del barrio tiende a desechar denodadamente). En el lugar exacto del atentado hay ahora policías tras una faja en la que se lee: “Escena del Crimen- No pasar”.
Policías y movileros
Los policías lucen sus equipos antidisturbios, escudos y borceguíes, salvo un pequeño grupo: llevan la campera y las gorras con las siglas de la Policía Federal Argentina, pero uno de ellos tiene zapatillas Nike blancas sin medias, otro calza jeans rotos, otro zapatillas levemente zaparrastrosas y pañuelo palestino, como si hubiesen ido ataviados para mezclarse subrepticiamente con el lado de acá de la faja, hasta que les cambiaron la consigna.
La policía es apuntada por decenas de cámaras de televisión, mientras el mundo movilero anda nervioso de aquí para allá tratando de descubrir en sus redes neuronales qué cosa decir en la próxima aparición.
En el anteúltimo piso de esa esquina está el departamento de la vicepresidenta. En el último hay una vecina anti K que colocó una bandera argentina (en algún momento reclamando “justicia independiente”) encima de la cual hoy se ve una azul y amarilla: Ucrania. El edificio, como tantos por allí, no parece tan lujoso, luce más bien despintado y descascarado (podrían ir de Rouge a maquillarlo), pero en la Recoleta tal vez eso debe ser tomado apenas como símbolo de algo más elegante: la pátina del tiempo.
En esa esquina está la gente que permanentemente acompaña a Cristina, trasladada a Recoleta como un ejercicio de cuidado y de apoyo que ayer no bastó, cuando el lugar se convirtió en la escena del asesinato que no alcanzó a cometerse.
¿Qué ocurre con el resto del vecindario y de quienes frecuentan esas calles? ¿Qué dicen sobre la situación, qué plantean?
Dos señoras de tapado y anteojos oscuros, a media cuadra del lugar del hecho, prefieren no hablar. De cerca intuyo que son madre e hija. “Es todo muy complicado” dice la supuesta madre con una sonrisa intencionada.
Igual de intencionada pero más clara, otra dama se acerca portando changuito y no se detiene mientras habla. Cuenta que hace 20 años vive en Recoleta y luego va al punto: “Esto es todo un desastre. Se politiza lo judicial, se mezcla todo, se pierde el horizonte de lo que es real y de lo que es manipuleo”. Hasta ahí, la frase podría pronunciarse a ambos lados de la grieta. Pero María se define:
-Lo del atentado fue totalmente manipulado y armado. ¿Para qué? Para victimizarse. Tapar, tapar y tapar la realidad. Ella quiere convencer a la gente de que hay una persecución. Nadie la persigue, es un juicio y punto.
-Pero quisieron matarla.
-(Me mira casi con lástima) ¿Vos creés eso? ¿Con un arma vieja, con balas que no salían? Algo tiene que haber pasado pero no se sabe. Entonces que se investigue, que se sepa todo.
-¿Si se investiga y se demuestra que hubo un intento de asesinato usted lo aceptaría?
-Es todo un desastre– dice María, que se va con su changuito diciendo que no con la cabeza.
El amor, el odio y la princesa
Por esa vereda viene una señora que camina con dificultad. Al acercarnos, cruza la calle a una velocidad que emula a Mbappé. Dos pasos más allá, Fernando acaba de comprar algo en un kiosco. Acepta conversar: “¿Cómo no se va a aceptar conversar?”
Esboza su mirada: “Me parece muy raro que alguien que quiera cometer un magnicidio, que no sé sus antecedentes, tenga una pistola Bersa, aunque no sé nada de pistolas, pero que le falte justo una bala para la recámara, y entonces no la podía matar a Cristina. Me parece llamativo”.
No entiendo el argumento pero Fernando continúa: “Por otro lado hay una relación de espejo del kirchnerismo acusando a la otra pate de promover el odio. Me parece demasiado místico eso de que ellos son el amor, y los demás son el odio”.
Siguiente razonamiento: “La división viene de hace mucho. Como decía el psiquiatra Carl Gustav Jung, hay algo que uno tiene que es la sombra, y la sombra se proyecta sobre el otro”.
-¿Por ejemplo?
-Con el fiscal Nisman hay que ver las barbaridades que dijeron Berni, Fernández y los demás. Pero no se sabe si pudo ser un homicidio. Ahí no hicieron un feriado. Pero para la princesa sí que lo hicieron. Entonces me parece que todo es muy de secta. Tendrían que haber dejado que Larreta ponga las vallas y se hubiera evitado este tipo de intento de asesinato.
Entre Jung, Larreta, y las princesas, el propio Fernando se refiere al hecho como intento de asesinato. Y dice: “Soy un ignorante en cuanto al peronismo, disculpe, pero sé que Cristina denostó al peronismo y ahora lo necesita, y el peronismo la cubre. Esas relaciones simbióticas no son interesantes ni constructivas”.
Relata que es maestro mayor de obras. Le pregunto si en el antiperonismo puede haber un componente racista: “No, para nada. Yo soy mitad sefaradí, mitad católico, y este es un pueblo de inmigrantes. Estoy de acuerdo eso sí con (Miguel) Pichetto en que no hay que dejar entrar tanta gente de otros países. Voy a Villa Lugano a hacer trabajo y es Bolivia a pleno. Entonces si un argentino quiere que lo atiendan en un hospital en Bolivia, no sé si lo tratan como aquí. Pero hay que cuidar el terruño. Yo no soy racista. Por eso pienso que tienen que venir los japoneses a arreglar todo esto como pasa en Escobar, que es tan floreciente”.
Me cuesta seguir sus ideas, le consulto por Macri: “Yo no sé si es un modelo a seguir. Es un estilo más de negociados, no digo que sean negociados turbios, pero mientras se destruye el mundo y hay cambio climático acá no se hace nada. Es un poco lo que dijo Patricia Bullrich. Te ponés de un lado o del otro pero no podés estar en el medio.
-¿Y usted de qué lado está?- pregunto cada vez más desorientado.
-Acá Larreta puso las vallas, yo no estoy de acuerdo con que las hayan tirado abajo. Pero si pone las vallas, le van a echar la culpa.
-No entiendo.
-Claro, es que nadie entiende. No se sabe de qué lado estar. Fíjese qué pasa con ella. (Cada vez que se habla de ella sin nombrarla, ya se sabe que hablan de ella). Yo tengo muchas dudas. El fiscal hace un alegato contra ella, pero no es una condena. O sea que todo este quilombo es solo por un alegato. Para mí Bullrich tiene que ver con el orden. Donde hay crisis hay oportunidad.
-Bullrich más que ordenada fue violenta cuando le tocó ejercer.
-Yo tendría que investigar lo que usted dice. Si actúa mal, que sea juzgada. No me fanatizo, porque lo fanático remite a una secta, y en la secta se pierde el pensamiento propio.
-Eso es cierto.
-Por eso aparece la grieta, que nos da la oportunidad de eliminarnos unos a otros, y perdemos la posibilidad de crecer. Por eso yo no pienso ni en Perón ni en Macri ni en otra gente, si no en San Martín cuando llegó en barco y decidió no bajar a tierra por la pelea de unitarios contra federales. Eso te muestra que este bolonki viene desde muy lejos.
La bestialidad y lo armado
Por Twitter y whatsapps descubro mensajes de gente del barrio. Uno simula ser de la fábrica de pistolas: “La empresa BERSA quiere dejar claro que sus productos son de primerísima calidad y que no se hace responsable de que el brasileño sea medio pelotudo”. Otro: “Ojalá que el VAR diga que Cristina se adelantó… y lo dejen tirar de nuevo”.
Pasan dos adolescentes que aplican para cualquier casting publicitario. Ella 17, él 16. No quieren fotos ni grabador. Les pregunto qué sintieron al ver un arma apuntando a Cristina Kirchner. Ella sonríe con frialdad. “Es Cristina”. Él completa: “No sentí nada. No me importa”. Con esa inocencia (o no), con esa actitud helada, fueron las únicas personas de esta recorrida, además de los policías de ropaje reversible, que me generaron una especie de escalofrío.
Estela forma parte del lado pudiente de la sociedad. Llegó desde Olivos por una consulta médica, y quería mirar con cierta curiosidad lo que ocurre en Recoleta. “Tengo mucha tristeza, indignación, impotencia. Es inusitada la cantidad de chicos y familias que se van del país. Se fue mi hijo a Italia. En Ezeiza vi gente que se iba hasta con las mascotas. Lo que pasó con Cristina es una bestialidad, no comulgo con la violencia. Pero querer atribuirle todo al discurso del odio, que me parece una etiqueta, es raro. Porque hablan de odio los que también fomentan el odio. Y del otro lado pasa lo mismo. Entonces no pueden atribuirse altura moral para decir que el resto hace discursos del odio”.
Ideas alrededor de la grieta. “Hay sindicalistas y políticos millonarios a costa de un pueblo hambreado, a costa de nuestros impuestos”. Le digo que el sector empresario suele ser el más subsidiado. “Claro, tenemos los sindicalistas que tenemos porque tenemos los empresarios que tenemos. Y entre todos cagan a los trabajadores. En el medio hay una franja que quiere vivir tranquila, una clase alta que vive con todos sus chanchullos, y en gente pobre que sigue a determinadas personas porque les dan de comer, y no los encuentro culpables a ellos, sino a los que viven de ellos”.
Explica Estela: “La señora que trabaja en casa y en varias casas de Olivos vive en Guernica. Y donde ella vive le dicen: ‘pelotuda, paraguaya de mierda, para qué vas a laburar en vez de cobrar planes’. Incluso le mataron el perro”. Nota que la miro con incredulidad y sigue: “Me cuenta que hay trabajo pero todos prefieren estar con el plan todo el día tomando cerveza. En cambio esta señora quiere salir sin esperar que le vengan a dar planes” aclara esta señora que se presenta como docente de Boulogne, que trabaja en un comedor de una parroquia católica, y que votó a Massa hace unos años, “cuando decía que iba a borrar a los ñoquis de La Cámpora”.
Carlos viene con su bastón. Me dice incluso su dirección y departamento como para mostrar que no teme a sus 90 años: “Lo de Cristina fue totalmente armado. Como puede ser que llegue ahí un tipo que a los 10 minutos le conocían toda la biografía. ¿Son boludos?” Le digo que nunca hay que subestimar eso. Cuenta que hace mucho vive en el barrio, y se emociona recordando a su esposa. Dice que siempre fue radical, pero que su hijo mayor es de derecha: “Le tendría que romper la cabeza”. Agrega: “De los dos lados de la grieta son unos hijos de puta. Te imaginás lo que pienso de los peronistas, pero Macri también. Él, el padre y los que los rodean. Pero bueno, sigo caminando y no te distraigo más”.
Entre el aborto y Evita
Pasa una pareja joven. Lucía e Ignacio son turistas uruguayos. “Acá accedemos a cosas que allá no podríamos comprar” reconocen por la diferencia del dólar. El jueves supieron que algo raro pasaba en una cervecería: “Unos gurises se pusieron a gritar. ‘¡mañana es feriado!’ Y todos celebraban. Preguntamos por qué, y dijeron: ‘casi la matan a Cristina, así que no se trabaja’. Decidimos venir a ver” cuentan. “Hay toda una radicalización política. Uruguay siempre es más mesurado, pero igual allí también está creciendo el discurso del odio. Pero esto es una locura” explica Ignacio, que en el caso uruguayo se vuelca por el Frente Amplio. “Es que nosotros estamos viendo lo que pasa con el neoliberalismo. Ya recortaron a cero el presupuesto para la educación, hay mucho retroceso en salud”. Lucía: “Se quiere cuestionar incluso el aborto legal, se manoseó la Constitución con una Ley que manda muchas cosas para atrás, hasta la relación entre propietarios e inquilinos. Ahora pueden echarte de un día para el otro. Esas cosas también son neoliberalismo”.
Llega otra señora de tapado y un andar que hasta en Recoleta llama la atención por la elegancia. Se llama Celina. Se está acercando a Uruguay y Juncal.
Cuando suponía que iban a propinarme otra dosis de antiperonismo explícito, ella dice:
“Lo que pasó es tremendo. Doloroso. Yo me esperaba cualquier cosa, pero esto supera toda imaginación”.
Se presenta como psicoanalista y poetisa. “Los discursos del odio están arraigados desde el comienzo de nuestra historia, de toda la formación o deformación social y cultural. El odio es algo intrínseco al ser humano, pero cuando alguien está equilibrado, cuando hay autoestima el amor equilibra las violencias internas, las venganzas, las ganas de pelearse. La falta de una educación, de lo cultural, o la malformación de la educación, tiene que ver con una raza política que es la que nos lleva a estos lugares peligrosos”.
Celina reconoce que de pequeña amó a Evita, contra su familia antiperonista. “Mi padre la sufrió mal. Pero yo me hice peronista convencida de que hay que estar con el pueblo. Cuando llegó Kirchner, y luego Cristina, participé incluso en agrupaciones, cosa que sigo haciendo”. La venida hasta recoleta desde Balvanera fue caminando, sola, y para ver al cardiólogo.
Conociéndolo familiarmente, ¿qué psicoanálisis haría del antiperonismo? “Es una clase que no quiere perder el poder, el ganado, los cereales y la soja. Son dueños de millones de hectáreas que se apropiaron indebidamente muchas veces, y que en muchos casos después vendieron a norteamericanos y europeos. Es una clase que va a emplear todo el odio posible, todos los crímenes posibles, para evitar que el peronismo siga adelante”.
Mira alrededor, ese escenario de público y camarógrafos de un lado y policías del otro, separados por la faja anaranjada que dice Escena del crimen. Celina, que escribió el libro de poemas Punto Cero, imagina: “Espero que todo esto sirva como campaña no querida, pero campaña al fin, para que el año que viene Cristina sea presidenta, que es lo que más deseo”.
¿Pensar así, como una canalización electoral, no es algo que justifica las críticas desde el otro lado de la grieta?
“Van a usar cualquier cosa” dice sin inmutarse. “No me importa. Pero es posible que esto haya movilizado a gente buena no partidaria, a gente que se dé cuenta de que el camino no es el neoliberalismo ni es la derecha”.