Un par de manos pequeñas desparraman papel picado sobre un corazón hecho de plasticola. 

Y alguien sopla. 

Los papeles de colores se desparraman, y el corazón queda ahí: brillante y colorido.

Alrededor hay telas, tijeras, marcadores, crayones y lápices, brillos, distintos tipos de papeles, pegamento, moños y flores para intervenir con amor y belleza las más de 600 fotos de mujeres, niñas, travestis y trans asesinadas en femicidios y travesticidios. 

Las pequeñas manos agarran la foto con el corazón brillante y caminan hasta la enorme tela negra que enganchada a la reja da vuelta a la Pirámide de Mayo enclavada frente a la Casa Rosada en la Plaza de Mayo.

Y la pega, junto a otras. 

Es 3 de junio, el día que colectivamente se grita, desde hace años, “paren de matarnos”. La Plaza se puebla de a poco, con autoconvocadas, organizaciones sociales, partidos políticos, familias enteras, y grupos de amigas o vecinas. 

Durante horas, desde el mediodía hasta que el atardecer, decenas de personas de todas las edades, llegadas desde distintos territorios, se turnan para intervenir artísticamente cada una de las fotos en blanco y negro que el Observatorio Lucía Pérez y Cooperativa lavaca llevaron para ponerles color. 

La mesa es el piso, donde una tela afelpada turquesa sobre las baldosas de la Plaza oficia de punto de encuentro. 

Hay quienes, además de color, suman frases o mensajes: “Eternamente bella”, escribe una joven en una de las fotos. 

En una de las fotos se lee: “A brillar mi amor”. En otra: “Tu luz es eterna”. Y otra: “Recordarte como lluvia de colores”. Y: “Siempre juntas”. Y hay más.

Cada imagen intervenida es una ceremonia. 

Algunos rostros se reconocen, otros son todo preguntas. 

¿Cómo se llamaba? ¿Qué edad tenía? 

¿Dónde vivía? ¿Cuánto tiempo antes le habrán tomado esta foto? ¿Cuáles eran sus sueños?

Las manos se toman el tiempo de pensar y decidir qué caricia hacerle a cada imagen.  

Luego, los ojos se toman ese mismo tiempo para reconocer en la enorme tela esa sonrisa que es de una vecina, de una hermana, de una amiga, de una hija. 

Esa misma tarde el presidente de la Nación, Alberto Fernández, recibió a familias de víctimas de femicidios en la Casa Rosada, después de que durante dos años solicitaran por carta, 20 veces, esa audiencia al mandatario. 

Cuando las familias salen de esa reunión y caminan por la Plaza con los carteles que exigen justicia por sus hijas colgando de sus cuellos, el memorial les espera. 

Entonces se sientan en una hilera de sillas negras frente a los cientos de fotos intervenidas y les hablan a quienes están en la Plaza. 

Cuentan, una a una, la historia de sus hijas, el reclamo de verdad, la lucha por justicia.

Cuando terminan, buscan entre las fotos las de su propia familia. 

La gente sigue llegando, las fotos se siguen interviniendo, y la enorme tela negra crece como un lienzo que contiene una herida social que sana en la calle, poniendo belleza ante la violencia. 

Hay quienes quedan frente al enorme memorial sin poder moverse, contemplando conmovides. Quienes filman dando la vuelta a toda la reja, despacito.  Hay quienes preguntan. Y quienes están ahí para exigir respuestas. 

Cuando el sol cae, el memorial queda, en Plaza de Mayo, intacto durante días, hasta que una a una, descolgamos y guardamos cada foto, como un tesoro.