Un foro de espacios y revistas culturales agrupados por AReCia para evaluar estrategias de sobrevivencia. ¿Autogestivos?: “El término niega lo colectivo de toda nuestra construcción”, dijeron. Por Sofía Fernández, de la Revista Rea.
Afuera, una lluvia fina amenazaba con aguar la noche de cientos de rosarinos y rosarinas que diariamente se mueven por las calles buscando donde instalarse a disfrutar. Adentro, en Bon Scott, un cartel reza “la noche es nuestra” y un murmullo proveniente de las mesas deja a la música como un mero accesorio de lo que está ocurriendo.
Y es que hay mucho para decir y más cuando se reúnen gestores culturales y comunicadores para hablar sobre la situación que están atravesando actualmente en la ciudad los espacios culturales. Quien convocó, me refiero a AReCIA* (Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina), bien sabía de esto y con Virginia Giacosa y Bernardo Perry Maison al frente del panel, se dialogó durante más de dos horas con referentes culturales de la ciudad. La conversación fue desde la omnipresente cuestión del financiamiento, la puesta en consideración del concepto de autogestión, hasta la relación con los distintos niveles del Estado y el rol que les cabe en el sostenimiento y el fomento de la escena cultural.
La actividad, organizada en el marco de los diez años de AReCIA, convocó a referentes del Movimiento Unión Groove (M.U.G), Orgullosa Itinerante, Casa Kaos, Micelio y la Asociación de Teatros Independientes de Rosario (A.T.I.R). También estuvieron presentes integrantes de algunas de las revistas independientes nucleadas en AReCIA como Boletín Enredando, Reveladas, La Canción del País, Revista Inquieta y Revista REA.
El foro comenzó con Casa Kaos presentando su manifiesto, descrito como “un texto que baila” por su constante reconstrucción y las ideas puestas en movimiento. Alzaron la voz por un proyecto cultural queer y por la necesidad de poder nombrarse y encontrarse en un espacio que albergue las expresiones artísticas disidentes. Una organización en el medio del Kaos, al que reconocen como un factor necesario y positivo. Una contraposición a la hegemonía impuesta: “Abrazamos las nuevas oportunidades que nos da lo caótico. Somos cuerpos políticos construyendo, mientras nos hacemos cargo de este Kaos”.
Potente. La idea de abrazar el caos, digo. Porque el orden es lo que nos vendieron como lo aceptable y seguir su camino prolijo puede ser contraproducente: acatar la hegemonía, quedarse en el molde, diríamos: ¿No es acaso lo que se espera que todes les que estaban ahí hagan? En cambio, optan por derrumbar muros y crear modificando lugar, formas y contenido, dejando crecer en los bordes esa maleza que, tal como dijo Giacosa citando a un artista local, es la cultura misma. “Si en los concursos de poesía las disidencias no encontrábamos lugar y se escapaba a lo roto, lo feo, lo no canónico, lo popular, ¿por qué debíamos intentar encajar ahí para hacer poesía?”, se preguntan a su turno de presentación les integrantes de Orgullosa Itinerante coincidiendo con Casa Kaos.
Y un poco es lo que se deja entrever al escucharles. Si, está todo complicado para la gestión cultural, pero con los escombros de una ciudad en reconstrucción constante hay cientos de personas que te arman el escenario propicio, con “un parlante inalámbrico, dos docenas de empanadas y llevando la zapatilla para enchufar una lámpara que otre trae de su casa” para hacer Cultura, para brindar un espectáculo que llene a artistas y público.
La presencia en los discursos de la ausencia del Estado fue constante: “Nos persiguen para pedirnos la habilitación cuando bien saben que tramitarla es super difícil por todas las trabas que te imponen. Necesitamos trabajar para tener en condiciones los espacios que albergan nuestros proyectos, pero te clausuran y te cortan las piernas. Así es muy complicado”.
“Rosario es una ciudad cultural porque hace cultura. Pero alejada del slogan que los sucesivos gobiernos construyeron alrededor de su proyecto político, nosotres decimos que Rosario es una ciudad cultural porque hay miles de personas haciéndola todos los días”, sostuvo Ani Bookx, referente del MUG. Y con esto coincidían les demás: “Se trabaja para trabajar. Al principio, se invierte la fuerza de trabajo gratis, y no queda otra. Es así como las cosas comienzan a funcionar. A veces se hace muy difícil y no empantanarse parece imposible pero seguimos adelante. El hecho de habernos reconocido como trabajadores de la cultura fue un paso más que importante en la jerarquización de lo que hacemos”.
Les referentes de Micelio, ese centro cultural nacido en un barrio sin nombre entre Ludueña y Luis Agote aportaron un ejemplo que ilustra lo enredado que puede llegar a ser todo: “Nos constituimos con una comisión de seis personas, dos de ellas invirtieron el capital inicial y gracias a eso contamos con un espacio físico y estamos en búsqueda de la habilitación. Lo que se relaciona íntimamente con la financiación. Porque la habilitación requiere de un montón de mejoras que debemos hacerle a nuestro espacio, pero si no funcionamos no podemos recaudar la plata necesaria. Es un sin fin”.
Entre otras cosas, sostuvieron que hace falta por parte del Estado mayor entendimiento y análisis de la situación, fomento y distribución de las herramientas como líneas de financiamiento, entre otros.
Un ejemplo de esta presencia a medias fue traído a colación con una escena particular de la pandemia (que de más está repetir que fue un momento más que complicado y, aún no superado, por muchos espacios y artistas): “Cuando pudimos volver a abrir nuestras puertas, lo único que hicieron fue enviarnos una lavandina, un trapo de piso y un alcohol en gel. En algunos lugares ni eso”. La anécdota trajo risas entre los presentes por lo absurdo de la situación.
¿Se puede decir que falta lectura de campo como diagnosticó una de las presentes haciendo alusión al trabajo de les funcionaries estatales locales, o es que se aprovechan, porque les sirve, que haya espacios sosteniendo ese rasgo identitario de la ciudad? Para la referente de A.T.I.R la solución está en seguir incomodando: “No tengan miedo. Si ven a un funcionario tomando un café en un bar acérquense. Que les conozca la cara. Que sepan que nosotres sabemos quienes son elles y cuál es el rol que deberían estar cumpliendo, que tendrían que estar equiparando derechos y generando oportunidades. A lo sumo, la próxima vez se cambiará de vereda cuando les vea”. Risas de nuevo. La gestión cultural es eso: una manera de organizar la bronca, para no perder la alegría.
Esa palabra
Una de las participantes del panel se para a buscar una silla y la ubica para ocupar su lugar en el escenario de Bon Scott, al lado de sus colegas. Mientras lo hacía, entre risas, se comentó: “Eso es la autogestión, ir a buscar tu propia silla”.
La palabra sobrevuela en el aire. Un concepto identitario que abraza a las miles de individualidades que día a día agarran una idea y planifican para hacerla realidad. “Somos un espacio autogestivo” ya es una oración que se dice de memoria en este tipo de eventos. Una búsqueda rápida en el diccionario la define como a la capacidad de administrar reglas propias. Romper lo establecido para organizar desde el caos un sentido nuevo, llevar una lámpara a un parque para asaltar el espacio público empuñando una poesía, irrumpir en la escena, unir un movimiento desde el baile, los colores y la alegría propia del Groove. Organizar las tablas y contar una que no sea de ficción: hacer realidad los sueños. Sí, suena muy Cris Morena. Pero es que emociona. Un poquito de rincón de luz tienen estos espacios.
Al final, Ani Bookx propuso la revisión del concepto de autogestión, sosteniendo que “debemos inventar otro término que nos nombre. En los tiempos individuales y neoliberales que vivimos, hablar de autogestión es negar lo colectivo de toda nuestra construcción”. Un trabajo que no podría hacerse de manera individual, sino que hace muchas veces el trabajo de los micelios: ramifican, tejen redes y conectan, para dar vida a algo nuevo. Agregó también: “En cada plaza, en cada sala de teatro, en cada bar cultural, en los clubes, hay miles de personas activando algo. Sí, muchas veces dicen que somos todes amigues, como para bajarnos el precio, y eso no tiene nada de malo. Somos un montón de gestores y artistas buscando crear trabajo de lo que amamos, porque creemos en esto”.
“No podemos negar el mundo en el que vivimos. Es un mundo capitalista y en este mientras tanto lo va a seguir siendo. Pero siempre que activamos algo desde la cultura, el mundo es un lugar menos malo” y las decenas de rostros coincidían. Se agregó también que el mundo es una mierda la mayoría de las veces y la cultura ocupa el rol del aromatizador que ponemos en el baño y hace que por un ratito las cosas huelan un poco mejor. Una analogía rara, pero interesante. ¿La gestión cultural es el perfume en este basurero en el que se convierte muchas veces la ciudad?
Por eso hablar de gestión cultural independiente en la ciudad de Rosario, es hablar de algo que está más o menos bien: hay personas queriendo cambiar el mundo (bien) pero hacen falta muchas más vueltas de tuerca al asunto (mal). Hay miles de artistas queriendo mostrar lo que hacen, y cientos de gestores culturales queriendo organizar la escena (bien) pero hay un montón de trabas económicas y administrativas (mal). Hay una ciudad despierta (bien) pero hay alguien que constantemente nos manda a dormir (mal). Hay agenda cultural (bien) pero quienes la construyen y la sostienen no cobran un mango (mal) y quienes deberían estar haciendo este trabajo no sólo no lo hacen, sino que también se aprovechan de que haya otres que la hacen a fuerza de amor y pasión (doblemente mal). Y así, la cuenta podría seguir. Está todo más o menos bien, ojalá que algún día hablar de la Cultura en Rosario no tenga un sabor agridulce y pueda ser un lugar cálido, de encuentro y a su vez, disruptivo, como fue el sábado en el Foro de ARecIA.