Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, 

las bestias extrañas, las medallas, los cuadros y otras droguerías por el estilo, 

eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, 

el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía;

 los antiguos tiranos tenían esos atractivos para adormecer bajo el yugo a sus súbditos. 

Así los pueblos embrutecidos, que encontraban bellos esos pasatiempos, 

que se divertían con un placer vil que se presentaba ante sus ojos, 

se acostumbraban a servir tan inocentemente como los niños pequeños, 

quienes para ver las resplandecientes imágenes de 

los libros ilustrados aprenden a leer, pero peor aún”

El discurso de servidumbre voluntaria

En Comolli, Jean-Louis. Cuerpo y cuadro. Cine, ética y política

Por María Iribarren

No demos vueltas: la industria cinematográfica argentina está en crisis —política, jurídica y financiera— hace muchos años porque no ha habido funcionarios formados en el diseño de ese tipo de política pública. Es un hecho que no se enseña a legislar sobre el audiovisual salvo en algunas universidades (la UNPAZ, entre ellas).

A la falta de actualización de los marcos jurídicos necesarios para adecuar las reglamentaciones a los formatos digitales, se fueron sumando la ausencia de políticas públicas que protegieran la producción y exhibición del cine nacional en sus muchas y diversas dimensiones, que desconcentraran la producción de la ciudad de Buenos Aires, así como que establecieran un régimen de preservación de ese patrimonio, tal como ocurre con cualquier otro bien cultural. Esto crear, asignar el presupuesto necesario para crear de una vez por todas, la Cinemateca Nacional.

Detengámonos en estos aspectos: la historia del cine argentino ha sido y es copiosa en formas de representación de lo real, en matrices productivas diversas, en modos de expresión documentales y ficcionales, en experimentación formal, en aspiraciones industriales, autorales e independientes, comunitarias y no comerciales (entre tantas otras). 

La historia del cine argentino ha sido y es copiosa en organizaciones profesionales y gremiales, en escuelas y universidades públicas y privadas, en representación internacional en todo tipo de festivales, en investigaciones académicas de distinta índole, en publicaciones periódicas especializadas.

La historia del cine argentino ha sido y es copiosa en películas de género, comedias, testimoniales, antropológicas, históricas, híbridas, con guiones originales, con guiones adaptados, con actrices y actores no profesionales y profesionales.   

Ya corriendo el siglo XXI, la agenda de los feminismos y personas no binaries acrecentaron la agenda de reivindicaciones con demandas que implican (que esperan), una reparación histórica impostergable: dar lugar a que las mujeres produzcan, dirijan, financien imágenes, sentidos, interrogantes sobre ellas mismas, su lugar y su mirada sobre el mundo. Dar lugar a que las mujeres nos hagamos cargo de los relatos de nuestras cuerpas, nuestras identidades, nuestros deseos. Desde luego, condenar la violencia de género en los sets y en las aulas, instituir la equidad de género en los salarios y condiciones de trabajo en los sets y en las aulas, reescribir la historia de una producción en la que las mujeres cumplieron un rol preponderante en los sets y en las aulas.

El patrimonio bibliográfico cuenta con la Biblioteca Nacional y una serie de bibliotecas públicas distribuidas en el territorio nacional. El patrimonio plástico, el arquitectónico, el fotográfico, el arqueológico, el antropológico, el tecnológico (en algunos casos) cuentan con museos nacionales, provinciales, comunitarios u otros espacios (públicos o privados) de conservación de esos bienes que constituyen soberanía nacional. ¿Por qué no ocurre lo mismo con la producción audiovisual (cinematográfica, publicitaria, televisiva)?

Conjeturo algunas conclusiones: las autoridades del Ministerio de Cultura y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (actuales, pasadas y anteriores a las pasadas) renunciaron a defender la soberanía audiovisual para entregarla, paulatinamente, a las corporaciones del entretenimiento que ostentan una posición hegemónica en el mundo.

Los realizadores y productores de estándar industrial prefieren producir para los capitales multinacionales, resignando las expresiones propias de un realismo histórico que a nadie parece conmover ya salvo en términos de celebración romántica o chauvinista u oportunista o cínica.

Los programas de fomento a la producción son insuficientes y mezquinos. Las salas de cine dan prioridad a los tanques y desprecian el cine independiente y aún más el documental, los festivales fueron desfinanciados por esta gestión.

Hace décadas que no hay autoridades cinematográficas competentes capaces de pensar la totalidad de los problemas que involucran a la producción audiovisual, que requieren urgente corrección después el estropicio macrista y que, sin lugar a dudas, deberían ser debatidos por las organizaciones profesionales, gremiales y académicas, en busca de consensos y acuerdos mínimos.

No es lo mismo producir películas que diseñar políticas públicas de alcance nacional y provincial, mantenerlas actualizadas, ponerlas al servicio del afianzamiento democrático de la sociedad, de la memoria histórica, de la construcción identitaria y subjetiva. En suma, de la soberanía nacional que representa el cine.

María Iribarren/ Copyleft 2022