Nueve semanas de protesta, 19 días de paro, más de 20 movilizaciones, para reclamar lo básico: llenar la heladera. La lucha de residentes y concurrentes de los hospitales de CABA logró bonos y reconocimiento judicial para las y los enfermeros, pero faltan otras necesidades básicas. Cuánto gana un concurrente hoy, qué puede hacer con ese dinero, por qué esta generación dice «basta» y proyecta un trabajo esencial que quiere dejar de estar romantizado y ser reconocido, más acá de los aplausos.

Por Franca Bocazzi para lavaca.org

La lucha histórica de residentes y concurrentes de medicina que trabajan en los hospitales públicos de Capital Federal no para de crecer: a las nueve semanas de protesta con 19 días de paro indeterminado sin guardias y más de 20 movilizaciones, se sumó ayer la Noche de las luces en la que miles de médicos y médicas iluminaron la calle con velas y linternas para seguir con su reclamo de recomposición salarial y sueldos para concurrentes.

Varias manos sujetan la bandera principal que avanza a paso firme sobre avenida Santa Fe en dirección a Pueyrredón. En su tela blanca se puede leer “Asamblea CABA – residentes y concurrentes” acompañada de unas llamas pintadas a mano. Detrás, una ola de guardapolvos blancos, ambos de colores y luces están encendiendo el barrio de Palermo con una energía contagiosa. La fuerza y convicción de médicos y médicas que hacen su especialidad en los hospitales de la ciudad porteña se siente en cada salto, abrazo, grito y cuerpo cansado con mochila llena de andar de acá para allá entre asambleas, trabajo, estudio y manifestación.

Generación “basta”

Velas en vasos de mermelada, yogurt o botellas cortadas. Velas de plástico. Linternas de celular. Guirnaldas navideñas, antorchas de cartulina, fuegos pintados en guardapolvos. De la manera que sea, se siente la necesidad imperiosa de ser escuchades por el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta con el que, hasta el momento, la asamblea logró negociar un bono de $170.000 para residentes de primer año. Pero tienen una respuesta concreta a sus dos principales reclamos: la recomposición salarial con un sueldo de $200.000 en mano, y que concurrentes cuenten con ART y perciban un sueldo por las jornadas laborales que hacen de manera gratuita cuatro horas al día, seis días de la semana, durante cinco años. Si bien los sindicatos Federación de Profesionales y AMM anunciaron, mediante un comunicado, que habría un acuerdo por la recomposición salarial, aún no hay actas firmadas que confirmen la medida.

“Después de nueve semanas de lograr algo que nunca había sucedido en la historia de la profesión de salud es importante no aflojar, porque la realidad es que el gobierno nos está bicicleteando semana a semana, no nos dice la información correcta o no nos quiere recibir. Nosotros queremos volver al hospital. No volvemos y seguimos de paro porque no nos escuchan”, explica Lucila Valenzi, residente de tercer año de pediatría en el hospital Rivadavia. Ella tiene 30 años y, a pesar de que lleva un tercio de su vida profesionalizándose, todavía aspira con mudarse a Capital para estar cerca del trabajo y evitar que su papá tenga que esperarla todas las noches en la parada del colectivo después de un viaje agotador. “No me queda otra que seguir viviendo con mis viejos porque no me da para vivir sola, no puedo independizarme”. Aún así, detrás de sus anteojos de marco dorado se ve en sus ojos la convicción de quien sabe que, tarde o temprano, las cosas tienen que ser distinto: “Somos la generación que sabe valorarse, parar la pelota y decir ´basta, así no se puede seguir´: me toca eso y me hago responsable de querer hacer un cambio en vez de quejarme”.

Diego Lagomarsino, que desempeña su labor como jefe de residentes de la especialidad en medicina familiar en los CESAC 21, 25 y 47, cuenta que pudo mudarse después de hacer un gran esfuerzo. ¿Las consecuencias? No para de sacar cuentas incluso para decidir si comprar o no algo en un kiosko. A veces camina 15 cuadras para acercarse a un supermercado más económico y tiene que esperar determinados días para aprovechar ofertas y así abastecerse de los alimentos básicos. La conclusión para definir su situación, después de once años de estudio, es que alquila un monoambiente y no llega a fin de mes. Pero además, opina sobre por qué este modo de vida es el destino histórico de residentes: “Dentro de las carreras de salud hay una cultura de aprender a través de condiciones laborales precarizadas que se ensalza con un romanticismo e hizo que estuviéramos espacios donde se vulneran nuestros derechos y de los pacientes. Sin embargo, se inculcaba que eso era lo que teníamos que atravesar para ser buenos profesionales”. 

El cuerpo de Diego está rodeado de una guirnalda de luces cálidas y, como si no fuera suficiente, lleva una botella luminosa color azul. Todas las ideas creativas para manifestarse dejar entrever el reclamo desesperado al Estado y el pedido de ayuda a la sociedad para visibilizar la lucha. “Esto ya es más profundo y filosófico, pero creo que para hacerle bien a otro primero tiene que estar bien uno. Necesitamos poder estar descansados y no estar pensando en que hace 36 horas que no dormimos o que no llegamos a fin de mes mientras estamos atendiendo a un paciente. Nuestra atención tiene que poder estar puesta plenamente en la necesidad de la persona que tenemos enfrente”, concluye el médico.

Necesidades básicas

La calle parece una rockola viviente que no para de desplegar el sinfín de canciones que ya son parte del repertorio estable en cada movilización. La batucada de más de 20 médicos y médicas tiene una precisión que denota la cantidad de horas de reclamo a viva voz durante las últimas semanas. “¡Con aplausos no se llena la heladera, este sueldo no me alcanza pa´una mierda, che Larreta no sea tan vigilante, salario digno para esenciales!”, es uno de los hitazos del momento y no es casual. El contraste entre los aplausos para el personal sanitario que sonaban durante la pandemia y la escena actual es notoria: cada persona que sale al balcón con una luz o sus palmas es una bocanada de aire única porque, a pesar de los cantos, las luces, miles de personas cortando la calle y el pedido por megáfono de que los vecinos y vecinas salgan de sus casas para apoyar el reclamo, es muy poca la gente que acude al llamado.

“Nunca se vió que colegas renuncien a sus trabajos en hospitales públicos y esto ahora está sucediendo. Por eso le pedimos a la población que se sume a este reclamo, porque son los destinatarios de la salud pública, o lo fueron o lo serán ellos, sus hijos o sus nietos, y ya está sucediendo que no va a haber profesionales para que se que atiendan”, dice Jimena Roca, que se especializa en cirugía plástica reparadora y trabaja en la guardia del hospital Fernández. Porque la preocupación no es solamente por los sueldos bajos en sí, sino el vaciamiento de la salud pública producto de la precarización laboral. En sus manos lleva un cartel que explica su situación: “Soy médica con 14 años de antigüedad y mi básico es de $8.631,30”. Ella tiene apenas un poco más de suerte que los y las residentes a quienes les toca un sueldo de $4.700 a $5.700 que luego se llena de ítems y adicionales para llegar a una suma que sigue siendo insuficiente para cubrir las necesidades básicas. 

La marcha finaliza con un repaso de los pasos que siguen y la premisa es contundente: la lucha no se abandona hasta no ver actas firmadas con el cumplimiento de las demandas. 

Tres médicas acompañadas de una guitarra cierran el evento cantando La cigarra y Hablando a tu corazón, dos emblemas musicales de las resistencias en Argentina.

“Somos miles de personas en la calle con las luces encendidas para que la salud pública no se apague”, se escucha por el megáfono. 

Lejos de terminar, la lucha para reivindicar los derechos laborales y de salud, impulsada por la nueva generación de médicos y médicas, está más prendida que nunca.