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La ex fábrica Canale pasó a manos de SOCMA (Macri), luego Nabisco y Kraft: concentración, extranjerización y desguace de la industria alimentaria. Llavallol era parte de esa empresa, que colapsó. Se organizó la cooperativa para defender el trabajo, sobreponiéndose al vaciamiento y a la UOM con convicción y una parrilla para ganarse al barrio. Los proyectos actuales: seguir mejorando la producción mientras montan una radio.
Abran los manuales.
Página 1860.
Corría la segunda mitad del siglo XIX cuando Giuseppe Canale abandonó su pueblo genovés y viajó en la bodega de un barco que lo depositó en una tierra lejana que se dirimía en sus cruentas guerras civiles. Eran los tiempos de la llamada Confederación Argentina como previa a un 1861 decisivo: la Batalla de Pavón enfrentó ese deseo federal con la provincia de Buenos Aires, que triunfó y coronó una centralidad política que -spoiler alert- continúa hasta hoy.
Con Nicolás Avellaneda como presidente de la ya Nación Argentina, Giuseppe abrió en 1875 una panadería en Defensa y Cochabamba que al poco tiempo se convirtió en una de lujo. Pero Giuseppe murió joven, a los 40 años, y el negocio quedó a cargo de su mujer Blanca Vaccaro, que daría forma a una firma con un nombre preciso para que no quedaran dudas: Viuda de Canale e Hijos SA Establecimientos Fabriles.
Sobre el lomo de un éxito rotundo como fueron los Bizcochos Canale, la familia construyó hacia 1910 su icónico edificio frente al Parque Lezama, en la ciudad de Buenos Aires, que luego se expandió en otras categorías de productos que la convirtieron en una figurita de peso a lo largo del siglo XX: fideos, galletitas, pan dulce, mermeladas, fábricas de conserva en Mendoza, Río Negro y Mar del Plata, y una metalúrgica productora de latas en la conurbana Llavallol, al sur de la provincia de Buenos Aires, en un barrio con casitas estilo inglés.
Elipsis, crisis y etcéteras mediante, esta página cierra con dos postales del recorrido de esa tierra de guerras civiles, hegemonía porteña y sueño desarrollista:
El histórico edificio de Parque Lezama hoy es sede de ministerios y oficinas del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La metalúrgica de Llavallol hoy es una empresa recuperada por sus trabajadores.
Concursos & soldaduras
Página 2018.
Foto: Llavallol, fábrica de seis hectáreas y media, acampe en portón.
Nicolás Macchi tiene 39 años, es tercera generación de obreros en la empresa, y por esa historia puede completar el salto de página: “En los ochenta está fábrica llegó a tener 800 operarios. ¿El desguace? Comienza en los 90”. En 1994, la familia Canale vendió la empresa al grupo SOCMA, propiedad de familia Macri, que años más tarde la vendió a la multinacional estadounidense Nabisco, que inmediatamente la traspasó al pulpo Kraft: “Cuando Kraft llega a la Argentina, absorbe toda la industria: Bagley, Nabisco, Terrabusi, Canale. Pero de Canale se queda solamente con la sección de harinados, es decir, el edificio de Parque Lezama”.
Terminaba una era. La empresa se escindió en unidades de negocios: mientras Kraft se hizo cargo de las galletitas y las pastas, las conservas pasaron a manos de ALCO, que armó la razón social Real del Padre Sociedad Anónima. “Kraft prácticamente saca la marca Canale del mercado. ALCO conforma lo que se llama Grupo Canale con unidades independientes entre sí. A Mendoza y Llavallol, le suman una envasadora de tomates y legumbres en Catamarca”.
En 2008, la empresa tuvo récord de producción y se posicionó como la segunda conservera del mercado detrás de Arcor. “En Catamarca tenían todas las licencias de exportación y agarraron el mercado europeo a través de Grecia. Pero en 2009, con toda la crisis, eso se cae, y quedan con un montón de producción en dólares. Ahí empieza la debacle. En 2010 entra en concurso de acreedores la unidad de Mendoza, que era Industria Alimenticia Mendocina SA. Luego, la de Catamarca. Y, en 2013, Redepa, que era Llavallol, como garantía de la de Catamarca. En 2015, empiezan los embates contra los trabajadores: en ese momento ya éramos 130, porque veníamos con procesos de despidos y retiros voluntarios. Teníamos un cuerpo de delegados pro sindicato y patronal. Querían flexibilizar tareas, nos congelan las paritarias: la UOM arreglaba la paritaria nacional pero acá no la actualizaban. Nos comieron el 40% del salario”.
El 2015 lo atravesaron en medio de retiros, pagos en cuotas, despidos y medidas de fuerza. Llegaron a diciembre con tres meses de sueldos atrasados. Ese año, también, la compañera de Macchi quedó embarazada: “Estuve detonado por un cuadro de ansiedad: créditos, mi casa en veremos, y una semana antes de que naciera mi hija me dieron de baja la obra social. Al otro día lo solucionaron, pero quería romper todo”. En 2016, Macchi se mete como delegado: “Arrancamos un proceso de lucha, manejarnos por asamblea, de salir a la calle. Marchamos al sindicato, se armó quilombo, y conseguimos que nos actualicen los sueldos y recuperar los adicionales. En 2017 aprovechamos para organizarnos mejor internamente, y por eso el año 2018 nos encontró más fortalecidos”.
¿Qué pasó en 2018? “Llegamos a octubre con tres meses de deuda salarial y con nosotros ya en la calle. La UOM nos suelta la mano y el mismo día que nos despiden, el 31 de octubre, hacemos asamblea. Echan a todos, hasta a los jefes”.
Roberto Bono hace control de calidad, tiene 64 años, está a punto de jubilarse, y expresa la ecuación: “Nosotros no la tomamos, el dueño la abandonó con nosotros adentro”.
Raúl Flores también tiene 64 años y está por jubilarse, trabaja en el sector de balancines cortando tiras de hojalata, y tiene un extraño hándicap: vivió dos quiebras. “Trabajé 18 años en Lombardi, en Adrogué: ahora hay un Carrefour. Estuvimos muy bien hasta que los dueños decidieron no continuar: llegamos al final con una deuda de cuatro meses en sueldos”. Esa experiencia le sirvió para concientizar a sus compañeros sobre el camino que se abría: “Fue un calco. Una quiebra no se realiza de un mes para el otro: tiene un proceso”.
Macchi: “El patrón directamente la cierra. Una semana antes había retirado la gerencia y, de a poco, empezamos a tomar los portones. No dejamos entrar ningún coche, porque se querían chorear las herramientas. No entró nadie”.
Tampoco ellos. Ese mediodía hicieron asamblea y votaron por unanimidad un acampe en la puerta. “Teníamos la experiencia de la fábrica Stockl, metalúrgica Burzaco, que les hicieron causas judiciales por haber tomado la fábrica. No queríamos pasar por eso, por eso nos quedamos afuera”.
Sí tomaron una decisión, con la creatividad que se dispone en tiempos de crisis: “Soldamos todos los portones del lado de adentro para que nadie pudiera ingresar”.
El acampe comenzaba.
La Virgen parrillera
Macchi no recuerda, entre todas las personas que pasaron por ese acampe, quién sugirió la idea de armar una cooperativa de trabajo para resguardar las fuentes laborales. Pero se puso a investigar. Entre las visitas recibieron al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER, que ayudó a poner en pie a cientos de fábricas), pero decidieron, en ese primer momento de crisis y tanto ruido sobre qué hacer y qué no, seguir un camino independiente. “La desconfianza era mucha, ya nos habían cagado muchas veces”, dice Macchi. Un ejemplo fue que la seccional Avellaneda de la UOM no solo nunca apoyó el proceso, sino que amenazó a los trabajadores. “Dos semanas antes de formar la cooperativa nos llamaron. Se habían reunido con el dueño de la empresa y querían cerrar un acuerdo: vender las máquinas y ofrecernos una indemnización al 50 por ciento. Le dijimos que no: eso es un vaciamiento”.
Consiguieron un abogado (al que luego echaron porque les recomendó vender la cooperativa) y lograron tramitar la matrícula del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES) en tiempo récord. De todos modos, el acampe seguía. “Nuestra lógica siempre fue que las medidas que tomamos fueran para generar empatía con el barrio, tratando de unificar a todos los laburantes de la zona que se podía. Una señora de acá a la vuelta vino a decirnos: ‘Chicos, ¡están saliendo en el programa de Lanata!’. O sea, se enteró por la televisión lo que pasaba a una cuadra de su casa. La gente no sabía lo que estaba pasando y por eso hicimos una marcha por todo el barrio, murga, festivales. Pusimos una parrilla las 24 horas, y había un mundo de trabajadores a la madrugada que venía a comprarnos: ubers, remiseros, ambulancias. Si acá nos quisieran tocar, saltaría todo el barrio”.
Precisamente por estar del lado de afuera, nunca tuvieron conflictos judiciales ni policiales, y el apoyo de la comunidad sumado a la prensa del conflicto sirvió para jugar el otro partido: la causa de la quiebra estaba en los tribunales de Catamarca. “Con la plata que fuimos juntando en el acampe viajé para allá. Me dijeron que la Virgen nos iba a proteger. En noviembre de 2018 sacamos la custodia de los bienes”.
Esos meses fueron duros y allí pasaron Año Nuevo y vacaciones. Armaron una bolsa de trabajo que publicaban en su página en Facebook para hacer changas por el barrio: entre los trabajadores se formaban y se repartían tareas de albañilería, miniflete, pintura, corte de paso. Entre las changas, fondo de desempleo y el ingreso que generaban con la parrilla (llegaron a juntar $250.000 mensuales) hacían un reparto entre los compañeros.
Macchi recuerda que su abuelo trabajó y se jubiló en la fábrica, que su papá seguía trabajando al momento de la crisis, y se emociona: “Siempre dijimos que acá adentro éramos compañeros de laburo, pero fue un factor determinante en lo personal para todo lo que pasó porque veía que, con 62 años, no llegaba a jubilarse. Tenemos muchos compañeros grandes. Yo entré en el 2002, tengo 39, pero pensaba: ¿esta gente dónde va a ir?”.
En marzo de 2019 entraron porque el desgaste ya era mucho. Dos meses más tarde el juzgado de Catamarca volvió a fallar a favor: decretó la quiebra y autorizó a los trabajadores el uso de los bienes con fines productivos. El sueño se hacía realidad. Y por eso hoy, en el ingreso a la fábrica, entre las latas de dulces, pulpas y legumbres que la Cooperativa de Trabajo Metalúrgica Llavallol (COTRAMEL) confecciona, hay alguien que saluda desde una vitrina.
Macchi explica: “Es la Virgen de San Fernando del Valle de Catamarca”.
Recuperar la vida
Los trabajadores repararon techos, limpiaron la fábrica y resistieron cortes de servicio (el patrón debía 8 millones de luz y 2 millones de gas), pero lo más impactante fue el momento en que salió la primera producción. “Fue fuerte porque había un imaginario: que era imposible. Después se ganó la confianza interna: que se podía”. En ese despegue -que implicó la puesta a punto de la fábrica, las maquinarias y el contacto con proveedores-, llegó el Covid: “Veníamos de hacer con furia 5 o 10 toneladas de hojalata, y el día anterior al decreto del aislamiento nos llega un fardo de 30. Estábamos felices porque era el puntapié, y al día siguiente: pandemia. Nos queríamos matar. Mandamos a los compañeros a casa, pero los que vivíamos cerca vinimos. Había que trabajar: o nos moríamos de hambre o nos moríamos de Covid”.
Hoy están procesando 50 toneladas por mes y eventualmente, al incrementar la producción en otros sectores, llegan a 150. En épocas de pandemia, a fazón, tuvieron picos de 240 toneladas de latas mensuales. Por eso, la proyección es cuadruplicar la producción. Una dificultad es la materia prima: por la concentración del sector, un proveedor importa de Francia o Alemania y el otro es una empresa nacional pero con licencia extranjera. Todo en dólares: “Con esta corrida los insumos nos aumentaron entre un 12 y un 15% en dólares”. Macchi hace una ecuación: “El patrón tiene el capital de trabajo e invierte en fuerza de trabajo, que es la que tenemos nosotros. Hoy nosotros tenemos que hacer a la inversa: invertir en nuestra fuerza de trabajo para poder generar ese capital. Así vamos a poner a girar la rueda”.
La otra rueda que pusieron a girar es la proyección social y comunitaria que tienen las fábricas recuperadas. Hoy COTRAMEL integran el MNER, exigen la sanción de la Ley de Recuperación de Unidades Productivas, y dentro de la cooperativa pusieron en marcha otros sueños: allí funciona un Centro de Formación Profesional, un espacio de FINES para que los trabajadores puedan terminar sus estudios, y de la mano del Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO), a raíz de un proyecto que presentaron alumnxs de la materia de Autogestión en Medios de la carrera de Periodismo de la Escuela de Comunicación ETER, están montando FM La Lata, una radio comunitaria que contará con programación para el barrio.
Los sueños siguen, y por sobre todas las cosas, la rueda que gira es la del trabajo.
Nicolás Caruso, 45 años, 20 en la fábrica: “No tenés la presión de trabajar bajo relación de dependencia, pero eso no quiere decir que dejes el trabajo de lado. La responsabilidad es la misma, pero te sentís más libre”.
Adolfo Deroco, 57 años, 34 en la fábrica, dos hijos, dos nietos, habla frente a la máquina donde se barniza la hojalata en el sector de litografía. Entró a trabajar en el 85 cuando había 400 obreros, con el cierre se fue a trabajar de remisero, y sus compañeros volvieron a convocarlo con la cooperativa: “No es lo mismo que estés como operario y que haya un gerente: esto es como tu casa o tu coche, si lo dejás caer no lo recuperás más. La mentalidad de los compañeros de la cooperativa tiene que ser que esto es tuyo, y que a más trabajo que tengas, más ganancia vas a tener”.
Matías Barcos tiene 35 y también volvió a la fábrica como cooperativa: “Trabajaba en un emprendimiento familiar gastronómico pero me cansé de todo: lo que me gusta es la mecánica. ¿Qué es una recuperada? Tenés que vivirlo: hay gente que entendió todo, que esto es tuyo y tenés que meter el pecho”.
Quien lo entendió es Laureano Costa, 45 años, sector de línea: “Me fui en 2015 porque caí en una depresión fuerte. Fue la falta de pago, la mala liquidación, una familia, dos hijos, pagando un alquiler, 5 meses sin cobrar. Psiquiatra, medicamentos. Los muchachos me volvieron a llamar y estoy hace dos años, más tranquilo, y consciente de que estás laburando para vos”.
-¿Qué sentís hoy?
-Estoy feliz.
Y aquí nos detenemos: página 2023.
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